Los franciscanos se instalan en el Real de San Francisco de Cuéllar
Cuando los franciscanos se establecieron en el Real de San Francisco de Cuéllar, ocho años después de su fundación, ya tenían una larga historia en lo que hoy es el estado de Chihuahua; habían fijado su primer convenio en el valle de San Bartolomé en la década de 1560, mas o menos en concomitancia con la fundación de Santa Bárbara. De ahí se expandieron, principalmente durante el siglo XVII, fundando una larga serie de misiones, algunas de las cuales hoy son ciudades: San Francisco de Conchos, Santa Cruz de Tapacolmes (Rosales), San Andrés, Santa Isabel, Casas Grandes, San Antonio de Julimes, San Pablo (Meoqui), San Jerónimo (Aldama), San Pedro de Alcántara de Namiquipa, Santa María Natívitas (Bachíniva), Santiago de Babonoyaba, Nuestra Señora de Guadalupe (Juárez), San Francisco de la Junta de los Ríos (Ojinaga) entre otras.
Al fundarse el Real de San Francisco de Cuéllar en 1709, franciscanos ya estaban en la vecina misión de Nombre de Dios por lo menos desde 1677. Nombre de Dios era primero un pueblo de visita del convento de Santa Isabel de los Tarahumares, y en 1697 fue elevado a la categoría de convento, del que a su vez dependían -cómo pueblos de visita- San Jerónimo, San Juan Bautista del Norte y San Antonio de Chuvíscar. Todas la zona, pues, en la que quedaría ubicada la ciudad de Chihuahua, estaba en ese tiempo bajo la influencia de los hijos de San Francisco, al grado que aún antes de fundarse el real ya existía un incipiente núcleo de población en la confluencia de los ríos Chuvíscar y Sacramento, donde había diversas haciendas de beneficio y ranchos agrícolas y ganaderos, y a esta población se le puso el nombre de San Francisco. Unos le atribuyen su fundación al indio Juan de Dios Barba, que había descubierto una mina de plata en las inmediaciones de Santa Eulalia y a la que puso también el nombre de San Francisco; otros a Bartolomé Gómez. Un documento dice que este minero:
"...con consentimiento de los indios naturales del citado pueblo de Nombre de Dios y su Ministro Doctrinero Fray Francisco Muñoz, se empeñó en formar y formó esta Villa en el citado año de 1707 con el nombre de pueblo de San Francisco de Chihuahua que mantuvo hasta el año de 1718". (Acta del Cabildo de Justicia relativa a la fundación de la ciudad de Chihuahua. 16 de noviembre de 1786, publicado en la revista chihuahuense, T.I. N°5, 15 de junio de 1909, p 1.).
Era obligado, entonces, que al quedar formalmente fundado el Real de San Francisco de Cuéllar por el gobernador don Antonio Deza y Ulloa, el 12 de octubre de 1709, los franciscanos quisieran ejercer en él su ministerio. Esto no era posible, ya que las poblaciones habitadas principalmente por blancos y mestizos estaban encomendadas para su atención pastoral al clero secular, que entonces pertenecía al obispado de Durango. Los franciscanos encontraron pronto una razón para hacerse de un lugar en la nueva población, alegando que tenían que atender espiritualmente a los miembros de la Tercera Orden de San Francisco, que eran seglares que querían vivir en sus ocupaciones habituales espíritu franciscano. Era tal la importancia y la difusión de los "terciarios" en ese tiempo, que es de suponer que había un buen número de ellos entre los nuevos habitantes, incluso entre las clases más pudientes. El fraile encargado de su atención espiritual tenía el título de comisario de la Tercera Orden.
El permiso de establecerse en San Francisco de Cuéllar les fue otorgado a los franciscanos por el obispo de Durango Don Pedro Tapiz y por el gobernador y capitán general don Manuel de San Juan y Santa Cruz en 1715, y ya para 1717 y comenzaron a construir una casa y una capilla para la Tercera Orden. La casa tenía el nombre de hospicio, es decir, una simple residencia en la que podía habitar por lo menos un religioso para atender a los terciarios, que posteriormente serviría de procura y de hospedaje para los frailes que continuamente pasaban por el real para dirigirse a sus misiones en Chihuahua o a las de Nuevo México.
El hospicio de Chihuahua dependía del convento de Nombre de Dios, y éste a su vez de la Custodia de Parral erigida con el título de San Antonio el 30 de enero de 1717, a las que quedaron sujetas todas las misiones de Chihuahua, excepto las que bordeaban el Río bravo y pertenecían a la custodia Nuevo México. La custodia de Parral dependía de la provincia franciscana de Zacatecas, mientras que la de Nuevo México de la de México.
Construcción del templo de San Francisco
Los primitivos edificios, casa y capilla que debieron ser muy modestos, resultaron pronto estrechos para los requerimientos pastorales que iban en aumento, por eso en 1721, fray Miguel de Nagas, que era comisario de la Tercera Orden en ese tiempo, solicitó al Cabildo que se le otorgará un terreno para edificar "casa y capilla decente" para los terciarios:
"...por cuanto se hallan en esta Villa muchas personas, hombres y mujeres, profesos en la Tercera Orden de mi seráfico Padre San Francisco, como ovejas sin pastor, juntamente con otros muchos que desean servir a Dios en este orden".
Plano elaborado tomando como base la información de un mapa de 1722. Aquí se puede ver la localización de la "iglesia de la Tercera Orden".
El 4 de junio de ese año se reunió el Cabildo para dar respuesta al padre Nagas, y se informó que el corregidor, general Orio y Zubiate donaba para la capilla "de terceros" o para un convento, si con el tiempo se llegará a fundar, un solar que tenía en la calle que sale del colegio de la Compañía de Jesús donde tiene varias piezas de adobe y un terreno con mucho fondo y cercado. Al mismo tiempo el Cabildo amplió el donativo con el terreno que quedaba al oriente al primero y por el norte hasta donde fuera posible y necesario extenderse, y se le dio al padre Nagas título de posesión de todo ello.
Obtenido el permiso, la construcción del templo se aceleró y éste fue bendecido y dedicado a San José el 4 de octubre de 1726 por fray Antonio Aparicio. En esa fecha aún no tenía la torre que luce hoy, pues esta la comenzó en 1740 el albañil Nicolás Muñoz y la terminó al año siguiente. Junto al templo se construyó un convento. Hay que notar que este templo y este convento no se dedicaron al santo fundador de los franciscanos, sino a San José, pues ya el templo parroquial estaba dedicado a San Francisco y a Nuestra Señora de la Regla. Sin embargo, en los años posteriores, al convento de los franciscanos en Chihuahua se le llamaría de san José (por su dedicación), de San Francisco (por los frailes que lo habitaban) o de San Felipe (por el nombre de la villa), hasta que finalmente tomó el nombre de San Francisco, cuando el templo parroquial, al convertirse en catedral por la creación de la diócesis de Chihuahua en 1891, se puso bajo la advocación de la Santa Cruz.
En 1736 habitaban en el hospicio por lo menos tres religiosos que servían a la Tercera Orden; manteniendo una escuela y ayudaban a los sacerdotes de la Villa en la atención pastoral de la población. En 1765 don Pedro Tamarón y Romeral, en su visita a la villa, reporta dos religiosos.
En 1738 se levantó la capilla de San Antonio de Padua, anexa al templo; su construcción corrió a cargo de don José de La Cruz, que dirigía al mismo tiempo las obras del templo parroquial y del templo de la compañía de Jesús.
Descripción del templo
Iglesia de la Tercera Orden Franciscana
El estilo del templo de San Francisco está en la línea de la arquitectura franciscana misional de la Colonia, especialmente en el norte de México. Es un estilo sencillo, sobrio, pero en el que se ven claramente los elementos barrocos de la época. A pesar de su sencillez, no es tan elemental como muchas capillas construidas en aquel tiempo en el ámbito rural, y no carece de cierta majestad y belleza arquitectónica. En Chihuahua, entre los templos franciscanos del período colonial sólo se encuentra la misión de Guadalupe en Ciudad Juárez y el templo del santo Ángel de Satevó en Batopilas, si es que este último es de origen franciscano.
El templo es de planta de Cruz latina con el transepto muy corto y el ábside en ochavo. Los muros son de adobe, con elementos estructurales y ornamentales de cantera, y enjarres a base de mortero y cal. La cubierta es plana, construida originalmente de viguería y terrado. La cúpula sobre el crucero es de media naranja con nervaduras interiores, y rematada por una linternilla; se asienta sobre un tambor de base circular con cuatro ventanas cuadradas en enmarcadas en cantera y descansa sobre cuatro arcos de cantera sencillamente labrada. Las pechinas no tienen ornamentación. Los arcos del crucero se apoyan sobre cuatro pilastras adosadas de sección rectangular, con capitel. El cuerpo de estos pilares es de piedra no labrada, seguramente destinada en su origen a ser cubierta con mezcla, como lo estuvo, pero que ahora se ha dejado al descubierto dando una impresión de cierta rusticidad.
La fachada presenta tres cuerpos lisos o de un solo paño, excepto en las puertas. El cuerpo central contiene la entrada del templo, la ventana del coro y el arranque de la torre. La otra sección, al poniente, es de menor altura y contiene la entrada a la capilla de San Antonio. El cuerpo de la izquierda, al Oriente, exhibe la entrada del zaguán por donde se accedía al convento. La puerta principal está flanqueada por dos pilastras de sección rectangular con capitël doble de dónde se arranca un arco de medio punto con una sencilla cruz labrada en la clave. Arriba de la entrada se encuentra una cornisa sobre la que se levanta la ventana del coro, un simple vano con arco de medio punto, sin marco y con unas sencillas piezas de ornamentación de cantera a ambos lados. La entrada a la capilla de San Antonio tiene las mismas características que la puerta principal, pero con un óculo redondo con marco de cantera, que se asienta sobre una cornisa.
El extremo Oriente está enmarcado por la torre; es de un solo cuerpo, de planta cuadrada y dos luces rematadas con arcos de medio punto y con imposta en cada cara. Las luces están enmarcadas por tres pilastras de sección semicircular, de las cuales comparten la de en medio. Estás pilastras sostienen una doble cornisa adornada con pequeños pináculos en el arranque del cimborrio o cúpula octogonal de la torre, que remata en una linternilla de cuatro luces y con una cruz metálica.
La entrada izquierda, por donde se accedía al antiguo convento, tiene la ornamentación más valiosa de la fachada: un austero marco rectangular de cantera con una moldura doble. Sobre la puerta podemos ver una cornisa con algunas molduras y un gran escudo con el emblema franciscano de los dos brazos que se cruzan: el de Cristo y el de san Francisco, y dos pináculos a cada lado.
La iglesia contaba con un retablo barroco de madera que aún existe, muy deteriorado detrás del actual retablo de cantera; este último es de estilo neoclásico en el que destacan cuatro columnas corintias que enmarcan tres nichos y un gran remate con cornisa mixtilínea. Los cruceros tienen sendos retablos barrocos de madera trasladados ahí de la iglesia jesuita de Nuestra Señora de Loreto.
A la izquierda del templo, entrando por la mencionada puerta que aún se conserva, se llega al convento en que vivían los frailes y del que sólo quedan referencias. Tenía, como era acostumbrado, un claustro central o patio rodeado de una feria de arcos de medio punto, sin columnas, capiteles ni marcos de cantera, sino formados por la misma mampostería de la pared, como se puede apreciar en fotografías de sus últimos años. Probablemente las arcadas no ocupan los cuatro lados del patio, sino dos o tres, pues el convento era sencillo y pequeño, ya que, como vimos, durante muchos años no pasó de la categoría de hospicio. Si nos atenemos al dato de los diez insurgentes compañeros de Hidalgo que ahí fueron recluidos en 1811, el convento tenía por lo menos diez habitaciones.
Trámites para convertir el hospicio en convento
Al ver la creciente importancia que iba adquiriendo el hospicio por su ubicación en la que pronto se convirtió en la villa de San Felipe el Real de Chihuahua, los franciscanos continuaron haciendo gestiones ante las autoridades correspondientes para elevar el hospicio a la categoría de convento de residencia. Aunque la palabra "convento" se puede entender simplemente como la casa donde viven los religiosos, en las misiones franciscanas correspondía a una residencia de cierta categoría, que atendía otros pueblos donde no residían los frailes habitualmente y que por eso se llamaban "pueblos de visita". En este caso el convento se llamaba "de guardianía" y el superior del mismo tenía el título de "guardián". Los trámites para hacer pasar el hospicio de Chihuahua a la categoría de convento fueron excesivamente largos y complicados, como solía suceder en esos asuntos eclesiásticos por la incidencia de las autoridades civiles a causa del Patronato regio. La historia de estos trámites, que se repiten miles de veces en casos semejantes, nos da una idea de control tan estricto y puntilloso que la monarquía española ejercía sobre la población colonial, pues para una cosa aparentemente tan simple, como era erigir un convento, para lo cual las autoridades internas de la Orden Franciscana y el obispo Durango ya habían dado su anuencia, había que soportar el calvario de muchas idas y venidas de paquetes a España, con la pérdida de un tiempo que podía durar muchos años, agravados por la pesada burocracia y la lentitud de las comunicaciones de entonces.
En septiembre de 1761, el capítulo de la orden reunido en San Luis Potosí, dio su aprobación para que el hospicio de Chihuahua se erigiera en convento y así lo hizo saber fray Ángel López (custodio de Parral que residía en Chihuahua como presidente del hospicio y comisario de la Tercera Orden) al Cabildo Justicia y Regimiento de la Villa de San Felipe El Real, pidiéndole que hiciera los trámites ante el obispo de Durango, como lo dispone el Patronato.
El obispo Tamarón Romeral aprobó el proyecto el 20 de diciembre. En su carta el obispo dice que los franciscanos de Chihuahua:
"...tienen fabricada una hermosa iglesia de cantería, bien capaz y adornada, que se hizo años ha para la tercera orden, y una casa bien capaz contigo a ella, que los comisarios de dicha tercera orden han construido con su agencia limosna de devotos, y que uno y otro [templo y convento] fácilmente se puede aplicar y servir para convento…"
Y pone como condición que ahí se tengan por lo menos ocho religiosos:
"...pues habiendo de reducirlo a dos o tres religiosos, como los demás conventicos que hay en este obispado, a excepción del que tiene esta ciudad [de Durango], qué es el mayor, y que al presente apenas llegará a diez religiosos, con el nuevo convento de Chihuahua nada se adelantaría, pues en su estado que ahora tiene allí suelen residir dos o tres religiosos, y porque no llegando el convento así el que se intenta fundar como otro cualquiera, a ocho religiosos, deben estar sujetos a la jurisdicción del prelado diocesano, quien les puede visitar cuando fuere conveniente como está mandado…"
Efectivamente, así había quedado asentado en la real cédula del 12 de julio de 1739... El 7 de febrero de 1763, el cabildo de San Felipe el Real se reunía para tomar nota de aprobación otorgada por el obispo y mandar que se pidiera al cura de la Villa y al rector del colegio de jesuitas su opinión sobre el particular. El señor cura interino Don Juan Antonio de Uranga respondió afirmativamente el día 9 y comentó que una de las ventajas del convento era que se establecieran algunas cátedras que serían de mucho provecho a la juventud de la villa y de otras poblaciones. El día 10 respondió el padre Dionisio Murillo, rector del colegio jesuita, dando también su voto a favor. El día 14 el cabildo remitió el expediente con todas las aprobaciones al gobernador y capitán general de la provincia para que le diera el trámite que correspondía.
El 7 de diciembre de ese año de 1763, desde Durango, el gobernador de la Nueva Vizcaya escribió al rey, solicitando la elevación del hospicio la categoría de convento, dando así curso a la petición que le había llegado de Chihuahua. En su carta al rey, el gobernador describe la importancia de la villa de Chihuahua por su gran población en ella y en sus alrededores; alegaba como principal argumento que había en la villa muy pocos operarios evangélicos para tanta población. Agregaba que en el colegio de los jesuitas sólo había un rector un maestro de gramática y dos operarios...
El gobernador recomendó a los franciscanos por el servicio prestado a la villa desde su fundación, por la gran difusión que en ella se tenía a San Francisco, su patrono, y sobre todo porque los franciscanos:
"...por su profesión y evangélico instituto, faltos de toda propiedad, vinculan su subsistencia en la mendicidad a que a su regla les obliga; son por eso los más propios y adaptables al fin que se pretende, porque manteniéndolos con sus limosnas aquel vecindario de todo lo necesario…, y de aquí descienden algunas razones de congruencia a favor de esta petición. La primera: no necesitan de fondos algunos que situar de antemano a ella, por la misma pobreza que se los prohíbe, y que ella misma les allana y facilita para por el medio de la Providencia, y con las limosnas de los fieles, como en todas partes lo hacen… La segunda: tener anticipado parte de esto en el hospicio que allí tienen levantado... aunque como se asienta, todo esto es perteneciente a los terceros, pero con todo, nunca se negarán éstos a permitir a los religiosos el uso entre tanto fabrican y levantan iglesia y convento propio".
Y añadió el gobernador una tercera razón, que era la de pagar la villa la deuda de gratitud que tenía con San Francisco, pues aunque se le había cambiado a la villa el nombre de San Francisco de Cuéllar por el de San Felipe Real, san Francisco no había perdido los derechos de su preferencia como patrón, porque a él seguía dedicada la parroquia.
El Cabildo se volvió a reunir en Chihuahua el 17 de marzo de 1764 para tomar nota de la aprobación del gobernador y su entrega de todo el expediente al padre comisario. El 2 de mayo de 1764, el padre fray Ángel López y hizo entonces del conocimiento del comisario general de la Orden, fray Manuel Nájera, todos estos trámites, y le pidió que le dio el seguimiento debido.
En vista de que los trámites quedaron estancados porque la respuesta de España no llegaba, todavía el 7 de diciembre de 1772, fray Ángel López, presidente del hospicio, se dirigió nuevamente el Cabildo municipal para pedirle que retomar el asunto iniciado en 1762, pues tal vez aquel expediente no había llegado a manos de Su Majestad. Fray Ángel argumento que sí diez años atrás había inopia de ministros del Evangelio, entonces la había más por la expulsión de los jesuitas, y que de hecho el padre provincial ya había provisto al hospicio con ocho religiosos que ayudaban en la villa y sus alrededores.
Reunido otra vez todo ese voluminoso expediente, el Cabildo de Chihuahua lo remitió a licenciado don Manuel Ignacio González del Campillo, abogado de las Reales Audiencias, así como al ilustre Colegio de Abogados de la Corte de México, al Cabildo Catedral de Durango [por sede vacante] y al gobernador, para que todos pusieran su visto bueno y le entregarán el expediente rehecho al padre López.
El 16 de junio de 1773, desde Durango respondió el Lic. González del Campillo con un larguísimo y bien documentado escrito que extremaba el cumplimiento de las condiciones para dirigir el nuevo convento. Este documento resulta más que interesante por sí mismo, por las investigaciones que ha provocado y cuánto nos ofrece de datos valiosos para conocer la actividad de los franciscanos en la villa y otros aspectos de la vida de esta, como lo veremos más adelante respecto a la educación que los franciscanos impartían. En esta respuesta se hace constar que la manutención del convento con limosnas no era problema puesto que "hoy en día [1773] hay ocho o diez sujetos continuamente en dicho nombrado hospicio" que se mantenían bien. Lo cual era un testimonio del gran amor de la villa a San Francisco, de los muchos vecinos que se hacían terciarios y de los que incluían a la Tercera Orden en sus testamentos. Finalmente, el 9 de agosto se remitió todo el expediente de vuelta al gobernador José de Fayni con la súplica de que lo hiciera llegar al rey.
Expediente aquí termina y no dice cuál fue el resultado final. Pero por lo visto las autoridades de la Orden no quisieron esperar más, pues ya el 18 de febrero de 1773, el Definitorio de la Provincia Franciscana había dado su aprobación para que se eligiera el convento de Chihuahua, y además con la máxima categoría, pues "no sólo se hace de guardianía sino que se le da autoridad sobre las demás guardianías franciscanas de Chihuahua". Tal vez en el intermedio llegó finalmente el permiso de la Corona, pues la decisión del Definitorio fue confirmada por el Capítulo General de la Provincia de Zacatecas el 22 de enero de 1774. Parece, pues, que "esta es la fecha más segura que hay que tomar en cuenta para erección del convento franciscano de Chihuahua". En 1790, un informe redactado para el rey dice que "...el convento de Chihuahua ejerce jurisdicción sobre seis misiones: Nombre de Dios, San Andrés, Santa Isabel, Babonoyaba, Santa Cruz de Tapacolmes y Julimes."
El número de frailes en el convento, aún después de su erección canónica, fue muy variable contra los deseos expresados por el obispo Tamarón en 1761, de que hubiera por lo menos ocho religiosos... "En 1778 hay cinco frailes y en 1782 llegan a seis."
Los franciscanos y la educación del pueblo
Los franciscanos en la villa de San Felipe no se limitaron a atender espiritualmente a la Tercera Orden, sino que con el apoyo de esta, abrieron en 1721 la primera escuela educación básica que existió en la ciudad de Chihuahua: "...es escuela de niños, y su maestro es el sacristán de la capilla."
En los largos trámites para que se aprobara fundación de un convento franciscano la villa, una de las razones que las autoridades tanto civiles como eclesiásticas alegaban a favor, era la necesidad de que los frailes ofrecieron educación a los niños y jóvenes. En 1763, el párroco Juan Antonio de Uranga, consultado al respecto, respondió afirmativamente y comentó que una de las ventajas del convento era que se establecen algunas cátedras que serían de mucho provecho para la juventud de la villa y de otras poblaciones.
El 6 de febrero de 1768, ante el abandono de la educación por los jesuitas después de su expulsión el año anterior, el capítulo provincial de los franciscanos decretó que se establecieron estudios en las ciudades donde los jesuitas tenían colegios; en Chihuahua, concretamente se instauró un estudio para jóvenes con maestro de Gramática y lector de Filosofía.
En 1772, al repetirse los trámites para la elevación del hospicio a convento, el padre Juan Antonio de Uranga basó otra vez su apoyo en que los franciscanos:
"...puedan instruir la juventud de esta Villa y sus inmediaciones (donde se malogran no pocos talentos) en la gramática, filosofía, y teología moral, proporcionándose por este medio algunos ministros eclesiásticos, que sin ellos no se pueden criar, porque atendida la decadencia de la tierra y distancia de ciento sesenta leguas a la ciudad de Durango, casa de estudios más inmediata de esta Villa, es casi imposible que los padres fomenten a sus hijos en la carrera de las letras".
En 1773, en respuesta a las condiciones impuestas por el licenciado González del Campillo para tramitar la transformación del hospicio en convento, el Cabildo de Chihuahua recogió la opinión de nueve testigos ancianos de la villa, quienes sin excepción estuvieron de acuerdo. Una de las razones que alegaban a favor era la instrucción que los frailes darían a los niños. Uno de los testigos, don Pedro Soler, de más de ochenta años, expresó que desde 1721, cuando él llegó a la villa, los franciscanos de la Tercera Orden ya tenían capilla y los comisarios de la misma ya contaban con escuela de niños cuyo maestro era el sacristán. Y añade:
"...como en la actualidad (1773) se ejecuta por dicho padre fray Ángel [López] quien se ha dedicado a la enseñanza de estudios de muchos patricios de esta Villa y fuera de ella, desde la expulsión de dichos regulares (los jesuitas), ejecutando todo sin más socorro que la corta limosna que semanariamente pide para la manutención de sus hermanos".
Muy parecido resulta el testimonio de Don José Arias de Andrade, quién hizo saber que desde su llegada a la villa, en 1723, se había percatado que en la capilla de la Tercera Orden atendían espiritualmente los vecinos y tenían escuela de niños cuyo maestro era el sacristán, que se sostenía con limosnas y servía también para hospedar a los religiosos que iban al Paso y a Nuevo México. Agregaba que fray Ángel López se dedicaba el mismo la enseñanza, desde la expulsión de los jesuitas; alguien más atestiguo que lo que se daba en el hospicio eran "estudios menores", es decir, primarios.
El resumen con que el Cabildo acompañaba todo el expediente que se remitió a Durango revelaba que era de desear que con el tiempo se enseñará filosofía, teología, escolástica y moral en el convento, por no poder los padres de familia a mandar a sus hijos a Durango, donde se impartían estas materias, y añade:
"...no ha muchos años se abrió curso de Artes en dicho hospicio, de que fue maestro R.P. Fray Miguel Camacho, religioso de la misma orden, quien obtuvo acto público de súmmulas y lógica, a que hubo gran concurso y en el que se advirtió grande gusto por ver ya en esta villa lo que deseamos para aplicar a sus hijos".
El 14 de agosto de 1797, según el comandante general Pedro de Nava, el virrey había convenido con el padre provincial de San Francisco Zacatecas que a cargo de su orden correría una escuela para niños en el poblado de Chihuahua; el provincial debía designar a un religioso sacerdote de buena letra para este ministerio. El ayuntamiento de inmediato mandó un oficio a Zacatecas solicitando al provincial que enviase al religioso acordado... Más adelante el Ayuntamiento continúa insistiendo en su petición.
Por los datos anteriores, vemos que el complejo franciscano de Chihuahua, formado por su templo y su convento y por los frailes y seglares de la Tercera Orden, fue protagonista insigne de la educación en Chihuahua durante el siglo XVIII. Si sus esfuerzos no siempre cuajaron en una institución estable y duradera, eso se debió a las vicisitudes del tiempo, pero nadie podrá calcular los beneficios que esa acción educativa produjo en la sociedad chihuahuense preparando así el terreno, junto con el benemérito colegio jesuita, para la creación de otras instituciones en el siglo XIX. En este siglo se vio todavía el noble intento de fray Joaquín de Arenas, el fraile de trágico destino, establecer una escuela en Chihuahua.
San Francisco de Asís y San Antonio de Padua
Obvias son las razones por las que la sociedad chihuahuense en sus primeras etapas profesaba una sentida devoción a San Francisco: Chihuahua es una tierra franciscana. Los frailes inspirados por este famoso santo medieval fueron los primeros ministros del Evangelio que llegaron a estas tierras y los que más se diseminaron por todo el territorio. Ya hemos visto que al tiempo en fundarse la ciudad de Chihuahua, los franciscanos ya trabajaban en la misión de Nombre de Dios y atendían diversos pueblos de los alrededores, y como al naciente real se puso nombre de San Francisco, mote que aún antes llevaba ya el incipiente núcleo población que se estaba formando.
Por todas estas razones, San Francisco de Asís quedó como el santo patrono del real, y después cuando éste fue convertido en Villa con el nombre de San Felipe, San Francisco continuó siendo el patrono y el titular de la nueva parroquia, junto con Nuestra Señora de la Regla. San Francisco continuó siendo el santo patrón de la ciudad de Chihuahua hasta 1891, cuando la que era su parroquia fue convertida en catedral de la nueva diócesis, con el título de la Santa Cruz.
Uno de los acontecimientos sociales más relevantes durante el año, si no es el que más, era la fiesta patronal de San Francisco, que se celebraba el 4 de octubre con extraordinarias manifestaciones de júbilo.
Ya en 1717, el general Don José de Orio y Zubiate, vecino y minero del Real de San Francisco, solicitó y obtuvo licencia de la autoridad para que organizar justas religiosas y populares en honor de San Francisco de Asís, como patrono de la población. A partir de entonces, y durante todo el siglo XVIII, las noticias sobre estas fiestas abundan en el Archivo Histórico Municipal de Chihuahua. Se habla de trámites ante las autoridades, de venta de comestibles, de corridas de toros en la plaza mayor, para lo cual se hacía pregón hasta por nueve días para remate de la plaza de toros etc.
En 1823, el gobernador Mariano Horcasitas, estableció el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, como fecha para la toma de posesión de la diputación provincial y de los gobernadores de Chihuahua. Antes de morir, en 1839, Horcasitas, que era franciscano de la Tercera Orden, dispuso que se le sepultara con el hábito de San Francisco, sin ataúd, en el cementerio de la iglesia parroquial.
El otro santo franciscano que gozó de gran devoción en el siglo XVIII, en Chihuahua, fue San Antonio de Padua. Su fiesta, el 13 de junio, era celebrada también con gran solemnidad. En un documento del Ayuntamiento, de 1758, que manda que se haga un pregón por nueve días para que se presente el mejor postor para la plaza de toros, en vista de la proximidad de su fiesta, como se hacía con la fiesta de San Francisco, se le llama "Patrón de la Villa de San Felipe El Real".
Tal vez para el impulso de esta devoción tuvo mucho que ver una real cédula que se hizo circular por el Cabildo Catedral de Durango, con fecha del 30 de diciembre de 1722. Dicha cédula establecía como fiesta de precepto el día 13 de junio:
"...día del glorioso lusitano San Antonio de Padua; y de su ejecución tiene dispuesto el Cabildo que se publique con la debida solemnidad así en esta ciudad [de Durango], como en todo el Obispado, dando gracias a Dios de que por la católica devoción de Su majestad (Dios le guarde) al santo, se vea más solemnemente aclamada, aplaudida y venerada su virtuosa, ejemplar, y santificada prodigiosa vida, pidiéndole su protección e intersección en el feliz éxito de las católicas empresas de Nuestro Rey y Señor". Como ya vimos, uno de los primeros templos que se levantaron en Chihuahua, fue la capilla de San Antonio, anexa al templo de San Francisco, terminada de construir en 1738.
Epílogo
La gloriosa historia del templo y el convento de San Francisco en la ciudad de Chihuahua no se interrumpen con el final del siglo XVIII. En el siglo XIX, el convento sirvió de prisión a los principales jefes insurgentes aprendidos con Hidalgo en Acatita de Baján, y la capilla de San Antonio fue el sitio dónde quedó sepultado por 16 años el cuerpo decapitado del Padre de la Patria. Al comenzar la segunda década de ese siglo, los franciscanos tuvieron que abandonar sus queridos templo y convento a ser decretada por el gobierno liberal de Juárez la supresión de las órdenes religiosas. El templo pasó a manos del clero diocesano y el convento fue vendido y posteriormente demolido para dar lugar a diversos edificios. En 1917 el templo fue entregado por la diócesis de Chihuahua a los dominicos, quienes fueron expulsados por el gobierno en tres ocasiones durante los siguientes veinte años, hasta que regresaron para quedarse en 1947. En 1959 regresaron los franciscanos a Chihuahua, pero ya no a su antiguo templo, por encontrarse en otras manos... Pero la descripción detallada de estos hechos se sale del marco cronológico de la presente reseña...
Extraído del artículo: El templo de San Francisco de Asís en el siglo XVIII Autor: Dizán Vázquez. Páginas 41-62 del libro: Cantera de historias- Los caminos de la memoria.